Como lo ha dicho la filosofía, desde tiempos atrás, los seres humanos somos seres que
no podemos evolucionar o aprender sino pertenecemos a alguna sociedad. Es decir,
un grupo pequeño como una familia, un gremio, secta o una agrupación mayor como
lo es una ciudad o un pueblo.
Por otra parte sabemos que somos seres individuales, no somos iguales a los demás,
es por ello que podemos ver las cosas desde diferentes enfoques. Y aunque reneguemos
y evitemos nadar entre la corriente más grande, tarde o temprano caemos en la conclusión
de que somos seres que se construyen a partir de la influencia de otro; amigos, padres,
vecinos o una comunidad.
Los torbellinos de la convivencia nos arrastran día tras día. Ya sea en las calles que
recorres para llegar a tu trabajo, escuela o una tienda. Y si dejamos de evitar el
arrastre y solo disfrutamos del viaje, podremos admirar la gran cantidad de culturas,
idiomas (incluso corporales) y estilos de vida. Que especialmente para nosotros como
artistas en ciernes, son de gran influencia para descubrir nuestra identidad artística,
nuestra obra única.
Por último, recalcamos que nuestra identidad es compuesta por otros seres, tomando un
poco de todos, nos construimos y nos desarrollamos como en un ser único. Cargando
con nuestras vivencias que en un futuro se volverán parte de otro ser.